Julio se sentó parsimoniosamente frente a su mesita, sin apresurarse, meditando de antemano los pasos a seguir.
Con igual tranquilidad abrió el cuaderno que reposaba en ella, resignado borrador, receptor y contenedor tanto de frases y versos ponderables como de tachaduras y flechas incomprensibles, de historias exaltadas como de relatos para el descarte.
Como paladeando una nueva oportunidad, Julio rescató la lapicera que padecía su cautiverio entre los anillos del cuaderno y se la llevó a los labios, vieja costumbre de mordisquear el extremo de su herramienta mientras su mente urdía las tramas y actores de la inminente creación.
Eran primero un cúmulo de ideas confusas, una mixtura de sucesos inconexos y nebulosos, una primera etapa de desconcierto.
La fase más difícil de superar, donde el escritor establece los primeros cimientos, donde debe decidir el contenido, el tema y el mensaje; el alma de su obra.
Y cuando ya tanto se ha hablado de amor, de muerte, de metamorfosis, de fantasmas, se torna cada vez más difícil encontrar la veta novedosa, la vislumbre de un camino aun no recorrido para alcanzar una autentica creación, y no solo repetir con otras palabras lo que ya se ha dicho tantas veces.
Aunque, en rigor a la verdad, Julio no se afligía demasiado por lograr la originalidad.
Cuando las musas le daban la espalda - casi siempre - él se despachaba con relatos simples - a veces mediocres - solo por el gusto de firmar su nombre, por la ególatra satisfacción de apilar páginas para mostrar al público.
Un público que, en definitiva, en su gran mayoría poco aprecia la innovación, un público que se conmueve más bien con cursilerías y rimas vulgares.
Un público que se deshace en admiración y reconocimiento, más ante las mismas fórmulas estructuradas y gastadas de siempre que ante la incertidumbre de lo inexplorado.
Pero a pesar de todo esto, Julio anhelaba, íntimamente, acariciar por lo menos una vez la piel de la verdadera literatura, aquella que no conoce de esquemas ni de universidades, sino de sentimientos y libertad.
Y aquella vez creyó percibir cómo la magia inspiradora le rozaba la espalda, creyó ver cómo se abría ante sus ojos la brecha tan esperada.
Sintió que, aunque no pudiera escapar a los lugares comunes y a su estilo simplista, tenía entre sus manos lo que sería sin dudas su obra cumbre.
Sin más, se dispuso a componer al personaje del cuento, al que llamó Julio, como él, en un intento por evitar la tentación de la primera persona.
Superada esta segunda fase, se abocó a la composición de tiempo y de lugar.
Sin demasiados giros literarios situó a su personaje en el presente, en su propia época, en algún barrio de Buenos Aires, su propio barrio.Y como toda acción y desarrollo escribió a Julio - el personaje - sentado frente a una pequeña mesita de madera, inclinado sobre un cuaderno garabateado, escribiendo la historia de un hombre llamado Julio que intentaba escribir el mejor cuento de su vida...
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1 comentario:
entonces segun julio la inspiracion de donde biene?, como seria una buena inspiracion para conformar un texto en la caul lleve dos dimensiones o dos vidas relativamente iguales o en una sola,quisiera saber algunos pasos para poder conformar un texto como este.. gracias
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