Parque Patricios

Empedrado. Grises adoquines, testigos de más de cien años de historia, de mil amores y de mil desencantos, de infinitos crepúsculos y amaneceres.
Arboles, casas bajas, Pichincha y Brasil.
Aroma de tango, murga y rock and roll, sabor a poesía y a pasión.
La Rioja y Caseros, el verde, la plaza.
Olor a pasto mojado, mate, truco, fútbol, sueños.
Luna y Alcorta, esquina de muchas alegrías y tristezas.
Un gigante de cemento, dormido, espera el domingo para despertar otra vez, para llenarse de colores y de pueblo, para vivir una nueva esperanza.
El tren va llegando a la estación con andar cansino, cruzando la villa.
La gente espera paciente en el andén.
Barrio del sur, un barrio sufrido pero orgulloso de ser lo que es.
Pero cuando el sol se oculta detrás de los techos, cuando se apaga el cielo, cuando se acalla el rumor, se siente en el aire una triste melancolía.
La luna abre paso a un tiempo ya muerto, una época que quiere volver.
Misteriosos espíritus recorren las calles, salidos de ningún lado. Fantasmas oscuros del ayer.
Se oyen melodías que los años han sepultado, se oyen voces.
El parque se puebla de espectros de antaño, de figuras que viven un mundo que ya no existe.
La noche se llena con el recuerdo de un tiempo que ya no es...
Hasta que llega el día, despunta un nuevo amanecer, y las almas en pena vuelven a su olvido.
El canillita recibe los diarios, el barrio se activa otra vez. Comienza el presente, sin rastros del ayer.
Se escucha el murmullo, el primer tren llega a la estación.
Vuelven a la plaza los mates y el truco, el fútbol y los sueños.
El estadio continua callado, aguardando el domingo.
Pero desde el empedrado, las almas nocturnas esperan la noche. Esperan otra luna para resurgir de su infierno, para intentar, una vez más, vencer a la peor de las muertes, la muerte del olvido.

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