Después de una buena ducha me había entregado, como siempre, a la molesta tarea de secar todo, azulejo por azulejo, hasta dejar el baño como lo había recibido.
Y en el instante en que el providencial paso de la toalla sobre el espejo empañado disipó la niebla que lo ocultaba, tuve por primera vez esa sensación que me ha impulsado a escribir estas páginas en mi diario.
¿Que habré visto en el espejo?, se preguntarán. ¿Un fantasma?.
No, simplemente mi propio reflejo.
La misma cara, los mismos ojos, la narizota, la barba semi crecida, la misma imagen que veía todas las mañanas al levantarme y todas las noches al lavarme los dientes para ir a la cama.
Sin embargo había algo diferente en esa imagen, en la expresión de ese rostro, en esa mirada clavada en la mía.
Algo que quizás siempre había estado allí y que yo sólo entonces percibía.
Una mirada llena de odio, de resentimiento, reprochándome vaya uno a saber que, haciéndome sentir que esa persona reflejada en el espejo no era yo, si no un completo extraño.
A partir de ese momento ese hombre del espejo no dejó de perseguirme.
Cada vez que entraba al baño, o pasaba frente al espejo del comedor, él estaba allí, recriminándome, culpándome de su suerte.
Traté de evitarlo, sí.
Pobre iluso, cubriendo todos los vidrios de la casa con papeles de diario creí poder evadir el reflejo inquisidor.
Bajaba los doce pisos que me separaban de la calle por las escaleras, para evitarlo en las paredes espejadas del ascensor.
Mas en la calle me era imposible eludirlo.
Cuando pasaba frente a algún negocio él estaba allí, reflejado en la vidriera; cuando subía a un colectivo su rostro transparente me miraba, acusador, desde la ventanilla.
Imagínense mi situación, después de dos meses de soportar semejante acoso, estoy al borde de la locura.
Y hoy me he dado cuenta de que ya no puedo seguir resistiéndolo, de que ya no puedo más convivir con esta tortura.
He decidido darme por vencido.
Voy a entrar al baño, descubrir el espejo y rendirme ante él, que haga lo que quiera.
Por eso estoy escribiendo esto, para dejar un documento de mi calvario y, a la vez, una advertencia.
A todos los que me conocen, les pido que ya no confíen más en mí, que se cuiden de lo que pueda hacer de aquí en adelante, pues ya no seré yo realmente.
Será el hombre del espejo que tomará mi lugar en este mundo, y yo quedaré del otro lado, convertido en un reflejo, acosando a ese espíritu que usurpó mi existencia.
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