Me costó mucho decidirme a publicar este trabajo, aunque francamente debo aclarar que finalmente tuve que costear yo mismo los gastos de edición y distribución, dado que ninguna editorial se interesó en él.
El problema residió en el acotado grupo de personas al que puede tener llegada un informe como este, ya que el tema no es ni por asomo de dominio nacional, ni siquiera de una parte importante de la ciudad, solo de un mediano porcentaje de involucrados de los cuales seguramente no a todos, sino a muy pocos o prácticamente a ninguno, les interesará o les llamará la atención lo que pueda decirse en este libro.
Pero hay casos, creo firmemente que este es uno de ellos, en que los investigadores, filósofos y hombres de letras debemos dejar de lado los balances comerciales en pos del esclarecimiento de los sucesos y los misterios de nuestro mundo y, como he dicho antes, preferí invertir un dinero que seguramente no lograré recuperar, en un intento por echar luz sobre un oscuro asunto que convive conmigo y con muchos de ustedes, lectores, y sobre el que seguramente muy pocos habrán reparado, tomándolo como una insignificante porción de la rutina cotidiana.
Pero muchas veces, lo cotidiano y aparentemente intrascendente encierra los más grandes secretos e implicancias para el funcionamiento de nuestra sociedad democrática, occidental y cristiana.
Para facilitar la comprensión del lector, trataré de enunciar el problema en la forma más directa posible, así que usted deberá acompañarme con su imaginación en uno de los viajes que la maltratada clase media-baja realiza a diario desde la Zona Oeste del Gran Buenos Aires hacia el centro de la ciudad.
(Aquí es donde empiezan a quedar excluidos de todo interés en este libro más de un noventa por ciento de los posibles receptores, ya que una persona que vive en Montevideo, Tucumán, Tigre o Florencio Varela jamas habrá realizado este viaje).
Para realizar dicho recorrido, dependiendo del punto de partida, el viajante tiene pocas opciones, entre realizar combinaciones de trenes y micros de media distancia si se viaja desde la Ciudad de Luján, por ejemplo, o hasta de utilizar un solo medio de transporte si es más afortunado y reside dentro del radio de la Capital Federal.
Pero siempre la forma más rápida y económica será llegarse hasta el barrio de Caballito, y valerse de la Línea A de la Red de Subterráneos de Buenos Aires, que cubre el trayecto desde la estación Primera Junta, en dicho barrio, hasta la Plaza de Mayo.
Este es el envase que encierra el secreto que aquí intentamos develar, el subterráneo.
Se necesita ser muy observador, estar muy alerta para percatarse de la anomalía que encierra el aparente normal funcionamiento de estos trenes bajo tierra.
Debemos subir al tren en el segundo o en el primer vagón.
Allí veremos, generalmente en la puerta del medio (en algunos coches en la primer puerta), en la parte superior, a un lado de la misma, una pequeña cajita metálica pintada de gris, con un botón y una ranura combada.
Este dispositivo vendría a ser el que acciona el mecanismo de apertura y cierre de las puertas, y es manipulado por un empleado de la empresa. (Este sistema solo es utilizado en los trenes viejos, los de madera. En los nuevos coches parece ser automático, o tal vez sea accionado desde la cabina del conductor).
Básicamente, lo que el guarda hace (llamaremos guarda al encargado de abrir y cerrar las puertas) es introducir en la canaleta de la cajita gris un pequeño tubito metálico atado a un cordón o a una cadena, de la cual pende, del otro extremo, un objeto de goma (la forma de estos objetos varía en todos los guardas), el cual también es introducido en la ranura, pero en la otra punta de la misma.
Así, el tubito queda fijado en la caja, y puede deslizarse por la ranura a modo de palanca hasta chocar con el objeto de goma, que le sirve como tope.
Cuando el tren llega a una estación, el guarda acciona esta palanca y abre las puertas manualmente, luego vuelve a accionarla y presiona un botón (no sé si mencioné que las cajas tienen un botón negro en el frente, arriba de la ranura), entonces las puertas se cierran y se reanuda la marcha.
Hasta aquí todo parece normal.
Pero si observamos con detenimiento el patrón de comportamiento de los mencionados guardas, notaremos que algo extraño se esconde en ellos, en esa cajita gris y en esa palanca rudimentaria.
Meses de observación y vigilia, de tomar notas e impresiones que ahora vuelco en este libro, me llevaron a convencerme de que en realidad esa caja es completamente inútil, que no abre ni cierra las puertas ni nada que se le parezca.
Los procedimientos de los guardas son caprichosos, particulares y todos diferentes entre sí.
Incluso, un mismo guarda no respeta siempre las mismas formas.
Cuando el tren llega a una estación, uno baja la palanca y abre las puertas manualmente tirando de las manijas, otro baja la palanca y la vuelve a subir antes de abrir la puerta, otro tiene la palanca hacia abajo y la sube, otro sube y baja muchas veces.
Para cerrar las puertas, unos suben la palanca una vez, soplan su silbato y presionan el botón, otros suben y bajan muchas veces, otros solo aprietan el botón y cierran manualmente, otros simplemente no hacen nada.
Entonces, ¿para qué?. ¿Para que esa cajita gris y ese guarda si de todas formas, hagan lo que hagan, las puertas se cierran y se abren y el tren sigue funcionando perfectamente?.
Allí está el enigma y el motivo de esta tesis. Desenmascarar a esta corporación, secta de abridores de puertas que se abren solas, de pulsadores de botones que no sirven para nada.
Otra cuestión que me obsesiona es por que la empresa gasta sus dineros en pagar los sueldos de este gremio completamente innecesario, y como es que aun no se dieron cuenta, si es que realmente no lo saben, que no cumplen absolutamente ninguna función.
De todas formas, cualquiera de los dos casos demuestra el poder y la influencia de estas personas.
Y la incógnita mayor es cual será el fin que persiguen, el objetivo de este grupo clandestino camuflado en empleados ferroviarios.
Si mantener oculta la prescindibilidad de las cajitas grises y fingirse necesarios para el funcionamiento de los subterráneos es solo para preservar la fuente de trabajo y evitar ser despedidos, merecerían mi comprensión y hasta mi apoyo, y para guardar su secreto este trabajo nunca se habría publicado.
Pero dudo mucho, estoy casi convencido, de que estos sean sus únicos y verdaderos fines.
Me inclino más a pensar que en realidad la empresa de Subterráneos, los organismos de control, y hasta el Gobierno mismo, saben la verdad y los dejan hacer, no sé si por complicidad o por miedo.
Si es así, espero comprendan, los muchos o pocos que lean este informe, el riesgo que corre mi persona a partir de su publicación, y que si algo llegara a pasarme se investigue hasta las ultimas consecuencias.
Y sí este libro naufraga en la indiferencia periodística y popular, lo que seguramente ocurrirá, espero que sirva para abrir los ojos aunque sea a una pequeña minoría que organice la resistencia.
Porque las cajitas grises en los subtes tal vez sean solo una prueba, una toma de pulso para ver si el pueblo reacciona.
Y si el pueblo no se inmuta y sigue en su sumisa pasividad, las cajitas grises con palancas y botones y guardas inútiles se extenderán de a poquito, primero a los otros ramales de subterráneos, y si nadie dice nada, a los trenes y a los colectivos, y por qué no a los bancos y a los edificios públicos.
Y llegado el momento a todo el mundo le parecerá normal que hombres uniformados accionen mecanismos parados junto a los semáforos y las columnas de la luz pretendiendo que manejan su funcionamiento.
Hasta que finalmente dependamos de ellos completamente, y un operario de la secta de las cajitas grises se instale en cada hogar y nos cobre una mensualidad para abrir y cerrar la puerta, para prender la luz del comedor o cambiar de canal.
Si todo esto que yo creo es cierto, debemos hacer algo, debemos reunirnos y organizarnos para combatirlos.
Acepto que, hoy por hoy, parezca descabellado, y me tomarán por loco, pero el tiempo me dará la razón.
Por eso no pido que me crean, solo los advierto y pido a todas las fuerzas vivas de la sociedad que estén alerta, y que observen.
Observe, si viaja en la Línea A del Subterráneo de Buenos Aires.
Observe esa cajita gris que en un futuro no muy lejano, si no hacemos algo, será el símbolo de la dependencia y el instrumento para concretar el plan, el final absoluto de la autodeterminación y la sumisión definitiva de las clases dominadas.
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