Gatos

Dos orejas se recortan erguidas en la oscuridad, pequeña cabecita alertada por un sonido fuera de lo común.
La espumosa bola de pelos se agazapa, erizada, ante la desconocida amenaza que repiquetea detrás de los cortinados.
Pero la curiosidad puede más y, resucitado instinto de cazador, salta al encuentro del enemigo.
Acechante, avanza lentamente, cuadro por cuadro, para no espantar a la invisible presa.
Se arrima hasta las cortinas y, después de paciente vigilia, se lanza al ataque.
La costosa tela se desgarra bajo el filo de diez uñas asesinas, mas el valeroso guerrero cae envuelto en los sedosos tules sin hacer blanco en su objetivo inexistente.
Superada la confusión del infructuoso ataque, ya desembarazado del blanco telón caído, observa que la ventana, ahora desnuda, está levemente abierta.
Llama con voz aguda, dando aviso del olvido fatal, pero se detiene al comprender que esa pequeña rendija puede ser una invitación a la aventura.
Así es como con extremado sigilo transpone ese límite hacia el mundo desconocido.
Las ansias de colonizar nuevos territorios, que pueden más que la cautela del explorador, lo llevan más allá del tapial, remontando alturas fantásticas, dos o tres veces superiores a la cúspide del ropero, máxima cima alcanzada en su vida de escalador hogareño.
Dejando atrás tejados y terrazas, todos los miedos superados, se siente hinchado de poder, conquistador de esa magnánima e inexplorada provincia y de todos sus secretos.
Pero sus ínfulas imperialistas se desvanecen de golpe, ante la visión de aquella amenazante figura.
Un ser imponente, sentado en el ángulo formado por sendas cornisas, majestuoso porte de soberano, piel tan negra como la noche misma, ojos sabios y brillantes que reflejan su indiscutible autoridad.
Ante la mezcla de miedo, respeto y admiración que inspira la sola presencia de semejante señor, que es, sin lugar a dudas, el monarca absoluto de ese reino maravilloso que él se atrevió a invadir, no queda otra que la retirada.
A desandar el camino recorrido, a descender de esas alturas inconmensurables y regresar a su simple y pequeño país, que no será tan imponente y magnifico como aquel, pero que tiene todo lo que un buen rey como él puede desear: calor, seguridad y todo el amor de sus mascotas humanas.

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