La piedra

¿Dónde andarás, Noelia?. Si supieras como te extraño.
¿Por qué te fuiste?. Si estabamos tan bien, si nos queríamos tanto.
Si te quiero tanto.
Si todavía me acuerdo patente de aquella tarde, cuando nos conocimos.
Sí, me acuerdo bien. Fue hace casi dos años, en esta misma plaza.
Estaba leyendo el diario, ahí, sentado a la sombra de aquel olmo, y vos te acercaste, como quien no quiere la cosa, y me preguntaste la hora, solo por decir algo, y me pediste prestados los clasificados, porque andabas buscando trabajo, dijiste.
Y no sé como fuimos a parar al bar de Nazca, y te compré un sándwich y una coca, y te hablaba en broma, y vos te reías como loca, y yo me enamoré como nunca antes.
¿Dónde quedó todo aquello?. Quisiera saber si vos todavía te acordás, si pensás en mi.
Sí, éramos tan felices, esas tardes de mate y galletitas, esas noches eternas, esos amaneceres que nos encontraban juntos, desnudos y abrazados.
Y te habías venido a vivir conmigo, como era de esperar, y todo era perfecto, tan perfecto que nunca, pero nunca, podía imaginar que un día ibas a faltarme.
Porque eso, eso que te pasaba, no era motivo de preocupación, era algo que, bueno, no sé, vos decías que no era nada, que estaba todo bien.
Y claro que estaba todo bien, y yo era tan feliz que hasta me daba vergüenza.
Mientras el país se derrumbaba a nuestro alrededor, nosotros vivíamos como en una isla, nuestro paraíso personal, al margen de la inflación y los golpes de estado.
Y nada podía empañar ese, nuestro paraíso.
Ni siquiera cuando ocurría aquello.
No es nada, me decías vos, es solo que me voy un rato por ahí, a pasear.
Y esa era la única piedra en nuestro jardín, insignificante guijarro entre tanta belleza, cuando de repente te quedabas quieta, como una estatua, con la mirada perdida, como ausente, y yo te rozaba y vos te sobresaltabas y me mirabas distraída, y decías perdón, me fui, y te reías restándole importancia.
Y nunca querías hablar de eso, y estaba todo tan bien que yo no quería insistir.
Pero a lo último realmente me asustabas, porque tus paseos eran cada vez más largos, y aunque yo te tocaba, y hasta te sacudía, vos no volvías, eras peso muerto, ojos abiertos que no veían, y yo no podía hacer nada, salvo esperar, minutos que eran horas, hasta que por fin pestañeabas y me mirabas interrogante, y yo te respondía sin palabras, sí, otra vez.
Y empezó a pasar cada vez más seguido, hasta en la cama.
Que vamos al médico, que no, que no es nada, y la piedra empezó a crecer y a entorpecer la armonía de nuestro paraíso.
Me pregunto si vos me extrañarás, Noelia. Donde quiera que estés me pregunto si todavía me querrás.
Si supieras lo que es mi vida sin vos, desde aquel día.
Si supieras lo que es despertar cada mañana junto a tu cuerpo vacío y buscar en tus ojos abiertos clavados en la nada con la loca esperanza de que tu paseo haya terminado y de una vez por todas podamos empujar la piedra fuera de nuestro paraíso.

No hay comentarios: